“El camino que yo sueño, tiene un surco en verea…”
Jornada de Miércoles. Segundo día de camino. Desde muy temprano y tras el ofrecimiento del día la comitiva comienza a recoger el campamento para reemprender el camino. Con los primeros rayos de sol los carreteros tiran de las mulas del simpecado iniciando la marcha de la Hermandad hacia las dunas del Cerro del Trigo, el tintineo de las campanas de la carreta acompaña a los peregrinos que agarrados a la barra trasera cumplen con sus promesas de llegar andando hasta la Blanca Paloma. Doñana nos muestra sus mejores galas acogiendo a los romeros entre un laberinto de verdes pinares, mientras la fauna y la flora contemplan con curiosidad el paso de las carretas. En torno al mediodía en la zona conocida como la laguna del carrizal se procede a realizar el rezo del Ángelus, momento en el que los peregrinos recuperan fuerzas. La caravana se arremolina en torno a su simpecado y las guitarras entonan sevillanas agradeciendo que en nosotros vive la devoción al Rocío.
El día más duro y trabajoso al que se enfrentan los romeros gaditanos comienza a explicar por qué al reemprender la marcha, cuando se cruzan las temidas arenas del Cerro del Trigo, provocando más de un quebradero de cabeza por los constantes atascos de los vehículos de tracción mecánica. A pesar de las dificultades todos juntos en hermandad se llega a la zona de Carboneras donde tiene lugar la parada del almuerzo. Tras el rengue la hermandad se hace de nuevo en camino para continuar por la zona de los pinares de los cortafuegos hasta llegar al Cerro de los Ánsares, donde la vegetación escasea y las arenas se hacen dueñas de la senda, mezclándose la dureza del camino con la emoción por las vistas que regala a los romeros.
Tras momentos de tensión por los atascos, de cansancio acumulado por el duro día y de convivencia en las arenas de los Ánsares, a la atardecida y antes de que el sol le pase el testigo a la luna, la Hermandad con su simpecado al frente llega a la zona denominada como Corral de Félix, donde tiene lugar la segunda noche de pernocta. Tras volver a montar y disponer todo lo necesario para la acampada, los romeros gaditanos se concentran en pequeñas reuniones donde se consumen todo tipo de viandas y su buen caldo calentito. Una noche más y para desmentir ese dicho de que al Rocío solo se va de fiesta, antes de la medianoche los hermanos se vuelven a concentrar alrededor de su simpecado para proceder a realizar el rezo del Santo Rosario, tras el cual se suceden cantes por sevillanas y plegarias a la Reina de las Marismas, pudiendo contemplar como los romeros buscan calor en el alma para fortalecer su devoción en la fría madrugada.
“Si rociera es mi huella, mas rociera es mi fe…”
Amanece la jornada del jueves en el Parque Nacional de Doñana. A los sones del tambor y la flauta rociera despiertan los romeros. Tras dos intensas jornadas el cansancio ya se hace latente en los rostros de los romeros, así como en la carreta del simpecado, que también comienza a notar los días de camino ya que sus flores comienzan a marchitarse y el polvo cada vez se encuentra más impregnado en la orfebrería de plata que luce la carreta. Si el del miércoles es el más duro, quizás el jueves sea el día más llevadero, al menos en cuanto a la dureza del peregrinar, ya que en esta jornada de jueves la comitiva inicia su camino pasado el mediodía, ahorrándose el madrugón de las dos jornadas anteriores. Momentos de reflexión para acordarse de los hermanos que se han quedado sin poder hacer camino se viven en el ofrecimiento de la mañana, el cual coincide con el rezo del Ángelus. La caravana al paso de las mulas abandona el Corral de Félix y emprende el camino por el cancelín atravesando las lindes. A un ritmo relajado pero constante se llega a la parada del almuerzo, la cual tiene lugar en la Laguna del Sopetón, zona limítrofe al sistema dunar y a las marismas, espacio acuífero que permite que el nivel de agua sea más constante y permanente, con menor oscilación y dependencia de la marisma, lugar de parada para las aves migratorias y una auténtica maravilla a ojos de los romeros.